Las
filas de las familias empobrecidas de Caritas van en incremento
A menudo
escucho: “No tenemos trabajo”, “Búsqueme
un trabajo”, “no podemos pagar la hipoteca, estamos en casa de los padres”.
En las
visitas a las familias percibimos más de
cerca la situación en la que están.
Estas visitas nos ayudan a identificar y comprender mejor las necesidades y
problemas que padecen. Nos encontramos con diversas carencias: falta de
trabajo, de recursos básicos y, algunos, no conocen el español.
El
sufrimiento injusto de los últimos me ayuda a conocer la realidad del mundo que
estamos construyendo. Nuestras víctimas nos ayudan a tomar conciencia de lo que somos, ellas nos
interpelan con fuerza y tienen más poder que nadie para arrancarnos de nuestra
indiferencia.
En el Evangelio vemos a Jesús junto a
los sencillos, los pobres, los enfermos, los desquiciados, sentado a la
mesa junto a la gente indeseable, los pecadores. Dios quiere una vida digna para los que la vida no es vida. Jesús nos llama a escuchar con fe y responsabilidad, a introducir la compasión a nuestro alrededor, a ser vigías de los “Asuntos de |
Las
personas sencillas de nuestro entorno comparten sus bienes, comida, dinero, su
tiempo, su apoyo, su solidaridad entre vecinos y familias. Hay numerosas redes,
colectivos que se manifiestan para defender los derechos de los que no poseen
recursos para una vida digna.
Doy
gracias al Padre por el privilegio de poder acompañar a familias y personas
desfavorecidas. De ellas recibo la sencillez, la acogida, su deseo de vida en
dignidad. La promesa de Dios: “Ahora
voy a hacer nuevas todas las cosas”
(Ap
21,5) se confirma en gestos sencillos. Con la crisis
empiezan a florecer rasgos de vida y de cooperación.
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