Domingo 22 de marzo de 2015
5 Cuaresma - B
(Juan 3,14-21)
(Juan 3,14-21)
José Antonio Pagola
Atraídos por el
Crucificado
Un grupo de
«griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición
admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús
responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su
vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el
misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea
alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer
el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor
para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En
él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Para ello se
necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la
redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la Semana Santa.
Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir
en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo
más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Pero,
probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su
entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos,
escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme
que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor».
Todo arranca de
un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir solo para su
proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples
maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces
empezamos a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa
compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar
donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él
tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre
donde está él.
¿Cómo sería una
Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» solo
a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una
Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?
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