Domingo 8 de marzo 2015
3 Cuaresma - B
(Juan 2,13-25)
(Juan 2,13-25)
José Antonio Pagola
Un templo nuevo
Los cuatro evangelistas se hacen eco
del gesto provocativo de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales
y «cambistas» de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre
llena de gentes que viven del culto. A Dios no se le compra con
«sacrificios».
Pero Juan, el último evangelista,
añade un diálogo con los judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que,
tras la destrucción del templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede
entender lo que dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del
templo de su cuerpo».
No
olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando el templo de Jerusalén
lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se sienten huérfanos. El
templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán sobrevivir sin la presencia
de Dios en medio del pueblo?
El evangelista recuerda a los
seguidores de Jesús que ellos no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades religiosas, pero «resucitado» por
el Padre, es el «nuevo templo». No es una metáfora atrevida. Es una realidad
que ha de marcar para siempre la relación de los cristianos con Dios.
Para quienes ven en Jesús el nuevo
templo donde habita Dios, todo es diferente. Para encontrarse con Dios,
no basta entrar en una iglesia. Es necesario acercarse a Jesús, entrar en
su proyecto, seguir sus pasos, vivir con su espíritu.
En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad» del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».
Las puertas de este nuevo templo que
es Jesús están abiertas a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los
pecadores, los impuros e, incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En este templo no
se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para hombres y para
mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas elegidas ni pueblos
excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de amor y de vida.
Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como Señor, pero él es
nuestro verdadero templo.
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