Domingo 12 de abril de 2015
Vivir de su presencia
Jn 20, 19-31
José Antonio Pagola
El relato de Juan
no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús resucitado
en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz,
desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento
de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la
misma misión que él había recibido del Padre.
La crisis actual de
la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un
nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su
presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una
experiencia vivida.
Cristo resucitado
está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en
nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre
de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no
es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo
fue por sus discípulos y discípulas.
Se nota enseguida
cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como habitada por esa
presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado. No se contentan
con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen
una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el
Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la Iglesia.
Nada ni nadie nos
puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para
enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva
de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra
pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno,
seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde
encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?
Hemos de
reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su
presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar
constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él nos
puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros
comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.
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