Domingo 7 de junio de 2015
Cuerpo y Sangre
de Cristo - B
(Marcos 14,12-16.22-26)
(Marcos 14,12-16.22-26)
José Antonio Pagola
Los estudios sociológicos lo destacan con datos contundentes: los
cristianos de nuestras iglesias occidentales están abandonando la misa
dominical. La celebración, tal como ha quedado configurada a lo largo de
los siglos, ya no es capaz de nutrir su fe ni de vincularlos a la comunidad de
Jesús.
Lo sorprendente es que estamos dejando que la misa «se pierda» sin que este
hecho apenas provoque reacción alguna entre nosotros. ¿No es la
eucaristía el centro de la vida cristiana? ¿Cómo podemos permanecer pasivos,
sin capacidad de tomar iniciativa alguna? ¿Por qué la jerarquía permanece tan
callada e inmóvil? ¿Por qué los creyentes no manifestamos nuestra preocupación
con más fuerza y dolor?
La desafección por la misa está creciendo incluso entre quienes participan
en ella de manera responsable e incondicional. Es la fidelidad ejemplar de estas minorías la que
está sosteniendo a las comunidades, pero ¿podrá la misa seguir viva solo a base
de medidas protectoras que aseguren el cumplimiento del rito actual?
Las preguntas son inevitables: ¿No necesita la Iglesia en su centro
una experiencia más viva y encarnada de la cena del Señor que la que ofrece la
liturgia actual?¿Estamos tan seguros de estar haciendo hoy bien lo que
Jesús quiso que hiciéramos en memoria suya?
¿Es la liturgia que nosotros venimos repitiendo
desde siglos la que mejor puede ayudar en estos tiempos a los creyentes a vivir
lo que vivió Jesús en aquella cena memorable donde se concentra, se recapitula
y se manifiesta cómo y para qué vivió y murió? ¿Es la que más nos puede atraer
a vivir como discípulos suyos al servicio de su proyecto del reino del Padre?
Hoy todo parece oponerse a la reforma de la misa. Sin embargo, cada vez
será más necesaria si la Iglesia quiere vivir del contacto vital con Jesucristo.
El camino será largo. La transformación será posible cuando la Iglesia sienta
con más fuerza la necesidad de recordar a Jesús y vivir de su Espíritu. Por eso
también ahora lo más responsable no es ausentarse de la misa, sino contribuir a
la conversión a Jesucristo.
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